¿Quién no ha oído hablar de Bitcoin a estas alturas?
Extremadamente de interés periodístico por su vertiginosa caída de precios, desde entonces ha florecido una larga lista de criptomonedas con fortunas mixtas. Cuando eliminamos el humo lógico detrás de las criptomonedas y los estafadores, lo que nos queda esencialmente es una nueva forma de dinero que llegó para quedarse.
Este nuevo dinero es etéreo, intangible, virtual. Una pequeña nota en algún lugar de la nube. Y a los mortales les causa muchos problemas imaginar cómo funciona algo compartido (sin estar sujeto a una autoridad central) bajo una cadena de bloques conocida (ver Rafael Caballero BitCoin y el Campo de Mediación).
Tiene tanto éxito que es tanto una oportunidad como una amenaza para los bancos centrales de todo el mundo.
Es por eso que el Banco Central Europeo, la Reserva Federal de EE. UU. y sus bancos centrales equivalentes en China y Japón, por nombrar los más importantes, se apresuran a lanzar sus propios proyectos piloto de moneda digital. Aplicando la conocida máxima: “Si no puedes derrotar a tu enemigo, únete a él”, o mejor dicho, sustitúyela por alguna alternativa, darán lugar al euro-digital, al dólar-digital, etc. Todas estas monedas digitales emitidas por sus respectivos bancos centrales se conocen comúnmente como Monedas digitales del banco central (CBDC).
La emisión de estas monedas comienza con el mismo valor que su contraparte física. Y hasta que los bancos centrales decidan que ya no tiene sentido tener dinero físico. En Suecia, por ejemplo, el valor del efectivo en circulación ha caído al 1% del PIB, tanto que están considerando eliminar el efectivo por completo.
Las tecnologías son esencialmente neutrales y pueden usarse para el bien común o mal en detrimento o beneficio de unos pocos.
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